Hablaremos de los 20 errores de disciplina que cometen incluso los padres fantásticos. Fueron obtenidos del libro Disciplina sin lágrimas, de Daniel J. Siegel y Tyna Payne Bryson (2015).
Este artículo va con todo cariño para los papás y mamás que quieren aprender más sobre crianza porque suelen sentirse sobrepasados con la conducta de sus hijos. Hablar sobre esto es útil para darnos cuenta que a todos nos pasa, que cometemos los mismos errores, que nadie es perfecto y que para crecer como padres, es mejor si nos miramos de forma compasiva y amorosa. También pretende servir para recordar que no pasa nada si no somos unas madres/padres perfectos siempre en estado zen.
Estos serían esos 20 errores comunes que solemos cometer como padres y madres, su explicación y la forma de remediarlos:
1 – Nuestra disciplina se basa en el castigo y no en la enseñanza
El objetivo de nuestra enseñanza no es que cada falta que cometan nuestros hijos debe ser sancionada, sino enseñarles a vivir bien en el mundo. Busca formas creativas de impartir las lecciones y seguramente podrás no aplicar castigos en absoluto.
2 – Creemos que si estamos imponiendo disciplina, no podemos ser afectuosos y acogedores
Perfectamente puedes estar tranquilo, ser afectuoso y cálido mientras impones disciplina. No subestimes el poder de un tono amable de voz mientras te muestras firme y transmites respeto, amor y compasión. Así estás siendo consecuente con lo que le quieres enseñar.
3 – Confundimos coherencia con rigidez
“Coherencia” significa trabajar a partir de una filosofía fiable y congruente para que los niños sepan qué esperamos de ellos. No significa ser fanático de las reglas, por lo que puedes hacer excepciones y ser más permisivo en algunas ocasiones, sin que esto perjudique tu disciplina. La flexibilidad parental es muy necesaria en la crianza.
4 – Hablamos demasiado
Cuando los niños están reactivos y les cuesta escuchar, puede ser preferible estar callados, porque si les damos sermones los sobrecargamos de estímulos que pueden desregularlos más todavía. En vez de ello, es mejor utilizar la comunicación no verbal. Abrázalo, masajéale la espalda, sonríe u ofrece expresiones faciales empáticas. Asiente. Cuando esté más calmado, puedes redirigir empleando palabras y más lógica.
5 – Nos centramos demasiado en la conducta y no lo suficiente en el por qué que subyace a la conducta
En los niños, por lo general la conducta es un síntoma de algo más, y si no conectamos con los sentimientos de los niños y las experiencias subjetivas causantes de dicha conducta, ésta seguirá produciéndose. La próxima vez que tu hijo se “porte mal”, ponte en el rol de detective e investiga qué sentimientos –curiosidad, cansancio, frustración, etc.- pueden estar provocándolo.
6 – Nos olvidamos de centrarnos en cómo decimos lo que decimos
Tan importante como LO QUE decimos, es el CÓMO lo decimos. Intentemos proponernos ser amables y respetuosos cada vez que nos dirigimos a nuestros hijos. Es posible que no siempre nos resulte, pero al menos debe ser nuestro objetivo.
7 – Transmitimos que los niños no deben experimentar sentimientos fuertes o negativos
Solemos transmitirles que solo queremos estar con ellos cuando están contentos y portándose bien, pero en vez de ello, es bueno comunicarles que estaremos con ellos incluso en la peor de las rabietas. Podemos decir NO a ciertas conductas, pero debemos decir SÍ a sus emociones.
8 – Exageramos, por lo que los niños se centran en nuestra exageración, no en sus acciones
Cuando somos demasiado duros o castigadores, o reaccionamos con demasiada intensidad, los niños suelen centrarse en lo malos e injustos que somos, y no en su propia conducta. Concédete tiempo antes de decir demasiado, para estar más tranquilo al responder, y no tener tanto de lo que arrepentirte después. 😀
9 – No reparamos
Es imposible no tener conflictos con los niños así como es imposible siempre reaccionar bien. A veces somos inmaduros y crueles, y en estos casos lo más importante es reparar pidiendo perdón, de forma sincera y afectuosa, y así le estaremos enseñando una destreza crucial para su vida.
10 – Damos órdenes en un momento emocional, reactivo, y luego nos damos cuenta de que hemos exagerado
A veces nuestras declaraciones son “de talla grande”: “¡Este verano no te vas a bañar más en la piscina!”. En estos casos, puedes rectificar la situación y decir por ejemplo: “No me gustó tu comportamiento, pero te daré una segunda oportunidad”, o “lo pensé mejor y cambié de opinión”.
11 – Olvidamos que nuestros hijos a veces quizás necesitan nuestra ayuda para tomar decisiones acertadas o tranquilizarse
Sobre todo si son pequeños, NO SON CAPACES de calmarse enseguida por sí solos, por lo que necesitamos intervenir y ayudarles a tomar buenas decisiones. El 1º paso es conectar con el niño –con palabras y comunicación no verbal- para que entienda que eres consciente de su descontento. Solo después de esta CONEXIÓN estará preparado para que lo redirijas hacia las mejores decisiones.
12 – Cuando imponemos disciplina, tenemos en cuenta al público
Solemos preocuparnos demasiado por lo que piensan los demás sobre cómo criamos. Pero para tu hijo no es justo que le impongas disciplina de otra manera solo porque alguien los está mirando. Delante de parientes, acaso sientas la tentación de mostrarte más severo… pero puedes intentar superarla, y llevarlo a otro lado a hablar tranquilamente. Esto te quitará la presión de sentirte juzgado y te ayudará a sintonizar más con sus necesidades.
13 – Quedamos atrapados en luchas por el poder
Si los niños se sienten en un apuro, por instinto se defienden o se desactivan. Así que evitemos los acorralamientos. Ofrécele alguna salida: “¿Tomamos agua helada y luego guardamos los juguetes?”. También puedes negociar: “A ver si encontramos una forma de que los dos consigamos lo que queremos” (por supuesto que hay cosas innegociables, pero utilizar esta técnica no es signo de debilidad, si no de respeto por tu hijo y sus deseos). Incluso puedes pedirle ayuda: “¿Se te ocurre algo?”. Quizá te sorprenda lo mucho que está dispuesto a hacer tu hijo por encontrar una solución.
14 – Imponemos disciplina en respuesta a nuestros hábitos y sentimientos en vez de responder al niño individual en un momento determinado
A veces arremetemos contra un niño porque estamos cansados, o porque es lo que hicieron nuestros padres con nosotros, o porque estamos molestos por otros motivos. No es justo, pero sí comprensible. Lo conveniente es reflexionar sobre nuestra conducta y responder solo a lo que está pasando ahí. ¿Difícil? Sííí… pero mientras más lo hagamos, más afectuosa será nuestra manera de responder.
15 – Si regañamos a los niños delante de otros, los avergonzamos
Cuando tengas que imponer disciplina en público a tu hijo, piensa en sus sentimientos. Imagínate cómo te sentirías tú si alguien te regaña o grita frente a otras personas. Si es posible, sal de la habitación con él/ella, o háblale despacio acercándote. No siempre es fácil, pero así no añadirás humillación extra a la situación tensa, pues esta vergüenza podría distraerlo de lo que realmente quieres enseñarle.
16 – Damos por supuesto lo peor antes de dejar que los niños se expliquen
Antes de castigar con dureza, escúchalo/a. Quizás tenga una buena explicación. Es frustrante querer dar una explicación y que te digan: “No me interesa, me da igual, no quiero oírte”. Luego de oírlo, decide cómo responder.
17 – Rechazamos la experiencia de nuestros hijos
Si un niño reacciona con fuerza ante una situación, sobre todo cuando nos parece injustificada o ridícula, la tentación es decir algo como “no es para tanto”, “solo estás cansado”. Pero estas declaraciones menosprecian su experiencia… ¡Imagínate te dijeran eso cuando estás disgustado/a! Es mucho más efectivo escuchar y empatizar con su experiencia antes de responder. No olvides que para él/ella es algo muy real, aunque para ti no lo parezca.
18 – Esperamos demasiado
La mayoría de los padres dirán que ya saben que sus hijos no son perfectos, pero también esperan que se porten bien siempre, que manejen sus emociones y tomen decisiones correctas. Esto ocurre sobre todo en el caso del primogénito. El otro error es pretender que, como a veces se desenvuelve bien, lo haga siempre bien. No obstante, sobre todo cuando son pequeños, su capacidad para tomar buenas decisiones fluctúa mucho, y el hecho de que a veces se comporten como esperamos, no significa que siempre lo podrán hacer.
19 – Dejamos que “los expertos” suplanten a nuestra intuición
Autores, “gurús”, amigos o familiares aconsejan diversos modos de imponer disciplina, pero es importante que cada uno de nosotros se informe (con expertos y no expertos) y vaya creando así su caja de herramientas disciplinarias que más le hagan sentido para su hijo/a y familia, sin dejar de lado la propia intuición.
20 – Somos demasiado severos con nosotros mismos
Los padres más afectuosos suelen ser demasiado severos consigo mismos. Quieren disciplinar bien en cada situación complicada. Pero esto no es posible. Así que concédete un espacio para el error y el descanso. Ama a tus hijos, establece límites claros, imponles disciplina con afecto y compénsales cuando te equivoques tú. Esta clase de disciplina es buena para todos los implicados.